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Huerta y Agricultura en Torres del Paine

En el fin del mundo, crece un jardín: dentro de la Huerta Biointensiva de Las Torres Patagonia

  • 5 mins

¿Qué se necesita para cultivar lechugas, tomates y manzanas en el extremo del mundo? En Las Torres Patagonia —donde el viento puede arrancar carpas del suelo y la nieve llega en verano— un pequeño equipo está reescribiendo las reglas de la agricultura sustentable.

A la sombra de las torres de granito de Torres del Paine, azotadas por el viento y en el fin del mundo, se desarrolla una silenciosa revolución entre tierra y compost. La Huerta Biointensiva de Las Torres Patagonia puede no parecer gran cosa desde afuera —especialmente al final de la temporada de cultivo—, pero dentro de sus invernaderos y pilas de compost, un pequeño equipo está redefiniendo lo que significa la sustentabilidad en uno de los rincones más remotos y extremos del planeta.

Huerta Biointensiva

Cultivar contra todo pronóstico

Es final de otoño en la Patagonia, y la mayoría de los cultivos al aire libre ya han sido cosechados o se han perdido debido a las heladas repentinas de la región. Pero dentro de una serie de humildes invernaderos, las hojas verdes siguen prosperando. Los tomates aún cuelgan de sus enredaderas en sus últimos días de maduración. Lechugas, kale e incluso tomates cherry espontáneos —plantas que crecieron solas a partir de las semillas de la temporada anterior— continúan desarrollándose gracias a una planificación cuidadosa, un diseño ingenioso y un poco de canela casera (que se usa como cicatrizante natural al podar las plantas).

La huerta de Las Torres es mucho más que una fuente de hortalizas; es un laboratorio viviente de experimentación en agricultura orgánica y sustentable en condiciones extremas. Esta temporada marcó la primera vez en años que las manzanas maduraron completamente en los árboles, gracias a un equilibrio perfectamente sincronizado entre sol y frío. El equipo, visiblemente orgulloso, las describió como “las más grandes que hemos tenido”.

Agricultura sostenible en Torres del Paine

Biointensiva por necesidad

La huerta sigue los principios de la agricultura biointensiva, un sistema diseñado para maximizar el rendimiento en espacios pequeños sin insumos sintéticos. En la Patagonia, más que una tendencia, esto es una necesidad. La temporada de cultivo es corta, el clima es volátil y las cadenas de suministro hacia esta zona remota son largas y costosas.

Aquí, la salud del suelo es sagrada. Cada cantero se enriquece con compost elaborado a partir de restos orgánicos recolectados a diario en toda la propiedad: desde la cocina principal del hotel hasta el campamento cercano y el Centro de Bienvenida. Incluso los posos de café y residuos de cerveza se aprovechan. El compost se revuelve cinco veces a mano durante varias semanas antes de ser considerado listo para volver a la tierra.

El equipo rota cuidadosamente los cultivos, asegurándose de que plantas exigentes como los tomates y papas no agoten el suelo dos temporadas seguidas. Los canteros se cierran al final de la temporada con una capa de compost crudo y estiércol de caballo —cuando está disponible—, sellándolos con plástico negro hasta la primavera. Cuando escasea el estiércol, se utilizan hojas secas.

Huerta mas austral Patagonia

Sin pesticidas, sin problema

Una de las características más destacadas de la huerta es su estricta política de no usar pesticidas y químicos. Las babosas, el mayor enemigo del jardín, se controlan con ingeniosas trampas hechas con cajones de leche invertidos y platos con cerveza. Las babosas, al parecer, no pueden resistirse al olor de la fermentación. “¡Cerveza! ¡La trampa perfecta! Hasta podrías encontrarme ahí,” bromeé con mi guía.

Los escarabajos pulgas en los invernaderos se repelen con una solución jabonosa de potasio, una mezcla casera de aceite reciclado de cocina y concentrado de potasio que se rocía sobre las plantas. No daña las verduras, pero deja las hojas tan resbaladizas que las plagas no pueden aferrarse. Como fertilizante, el equipo elabora sus propios brebajes: té de compost, infusiones de diente de león y preparados con estiércol de caballo.

Incluso las flores no están allí solo para decorar. Rosas y flores comestibles se deshidratan para su uso en la cocina y para preparar infusiones especiales de bienvenida para los huéspedes.

Invernadero Huerta Hotel Las Torres

Tomates, cultivos trampa y frutas para viajeros

En uno de los invernaderos, ocho variedades de tomates —muchos de ellos patrimoniales— están terminando su temporada. Desde tomates en forma de pera hasta los oscuros Black Beauties, todos se sostienen con sistemas de cuerdas verticales, lo que permite una mejor ventilación y una poda más precisa. En lugar de tratamientos costosos, el equipo espolvorea canela en polvo sobre las heridas de las plantas, un antiséptico natural que ayuda a prevenir la pudrición.

Y luego están los “tomates del viajero”, frutos curiosos que se deshacen de forma natural en porciones fáciles de comer. “Es el tomate perfecto para llevar en la mochila,” comentó mi guía. Aquí, la practicidad y la curiosidad van de la mano.

Equipo Huerta Biointensiva

Sueños de compost y semillas del futuro

El equipo trabaja hacia una huerta completamente orgánica, cosechando semillas de arvejas y tomates de esta temporada para plantarlas el próximo año. Aunque no es posible obtener una certificación orgánica completa —el uso de estufas a leña lo impide—, está claro que sus prácticas ya superan muchos estándares globales de cuidado ambiental.

Todo este esfuerzo permite que aproximadamente el 20% de los productos frescos utilizados en la cocina de Las Torres provengan directamente de la huerta. En temporada alta, esa cifra puede llegar al 30%. Considerando la lejanía del lugar —donde incluso los envíos más básicos requieren una logística extraordinaria—, no es poca cosa.

Ingredientes cocina Restaurant Coiron

Un santuario sustentable en el sur

Solo un puñado de huertas existen tan al sur del planeta. La Huerta Biointensiva de Las Torres es una de ellas, empujando silenciosamente los límites de lo que es posible en agricultura extrema. Es una historia no solo de sustentabilidad, sino también de creatividad, dedicación y comunidad. Durante el invierno patagónico, solo dos o tres personas permanecen cuidando la tierra, secando hierbas y planificando el siguiente ciclo.

Su trabajo no aparece en los titulares, pero tiene un profundo impacto: en la tierra, en los huéspedes que saborean la diferencia y en el planeta. Y en un mundo donde la agricultura industrial domina la narrativa, este pequeño jardín en el fin del mundo es un poderoso recordatorio de que lo pequeño también puede ser más inteligente.

Un especial agradecimiento a Florencia Gray por el recorrido por su maravilloso jardín.

Escrito por Forrest Mallard.